"Que culpa tengo yo de tener la sangre roja
y el corazón a la izquierda"
"Che" Guevara
El primer largometraje de Francisco Adrianzén llega en un momento en el que los que abrazáramos en determinado momento de nuestras historias algunas de las causas de la izquierda tenemos que hacer un balance de lo que significó esta forma de ver el mundo, el Perú y las relaciones que en ese tiempo se daban entre nosotros, los peruanos.
Adrianzén, a lo largo de 4 décadas, ha estado reuniendo material que, inicialmente con el único propósito de registrar hechos tan importantes que no tenían cabida en los medios y menos en el costosísimo quehacer cinematográfico, le permitió hacer este documental sobre la izquierda peruana, la que se forjó a mediados de los 60 hasta poco después del paro nacional del 19 de julio de 1977.
El material documental con el que ha contado ha sido de difícil obtención, sobre todo en lo correspondiente al que registraba el accionar del gobierno de Juan Velasco Alvarado, casi perdido por la incuria de quien reniega de su legado histórico, la derecha supérstite.
El insumo básico sobre el cual ha trabajado -más de 65 entrevistas con diferentes líderes y militantes de base de la izquierda de esos años- ha sido tan sustancioso que Adrianzén promete una secuela que abordará desde la vuelta a la democracia en 1979 hasta las elecciones municipales de 1983 que permitieron que Alfonso Barrantes se convirtiera en el primer alcalde socialista de América Latina. Esperaremos también la que nos cuente los pormenores de la trágica desaparición de la nueva izquierda en los 90s.
La cinta es de un inmenso valor cultural en vista de que, a manera de un coro polifónico, el cineasta hace hablar a los líderes de ese movimiento y nos permite ver desde la subjetividad, el porqué se decidieron a militar en la izquierda, cómo era su cotidianidad y qué pretensiones tenían como actores sociales de cambiar el status quo. El resultado final es una fotografía veraz de lo que obtuvo una ideología que estaba en ascenso y había conseguido notorios triunfos sociales (la politización del estudiantado universitario, la creación del partido de izquierda, la marejada social que hizo caer a una dictadura, la de Morales Bermúdez) que no obstante no encegueciendo al lector con estos logros le permiten ver también sus notables deficiencias, el dogmatismo, el papel segregado de la mujer en el proceso revolucionario, la ingenuidad de los líderes acerca de cómo obtener el poder.
La película parte de dos referentes, sin los cuales no es posible entender qué pasó con estos jóvenes idealistas, sectarios e ingenuos, la derrota de la rebelión del MIR encabezada por Luis de la Puente Uceda en 1965 y el golpe militar del 3 de octubre de 1968.
El primero de estos hechos influido por el triunfo de la revolución cubana marcó el ideario de quien se sintiera de izquierda: el valor romántico de la entrega a una causa aunque resultara imposible se perfiló con el sacrificio de estos militantes. El discurso del izquierdista no carecerá desde entonces de ese objetivo, la revolución, la cual para el caso del MIR, planteada desde la perspectiva pequeño burguesa, tenía la expectativa de que focos de rebelión permitirían galvanizar al campesinado -que recordemos por esos años sufría condiciones de servidumbre alienantes- y se les uniera en su lucha contra los que consideraban sus enemigos, los hacendados feudales. No fue posible, a pesar de que ya existían algunos atisbos de rebelión que Hugo Blanco o el Ejército de Liberación Nacional habían iniciado en el campesinado. El sectarismo, la enfermedad pequeño burguesa de los izquierdistas peruanos, nació en esas épocas, no importaba los pocos que fueran, los dirigentes reclamaban para sí la autoría de la revolución en sus propios términos. Ponerse como ejemplo a emular la rebelión del MIR fue también una manera de negar la realidad: los cuadros de militantes no se formaban para el asalto del poder a través de las armas, no había una alianza con sectores del ejército dispuestos a seguir algún ideario político, y si se necesitara de una insurrección armada contra un poder despótico renuente a abjurar de éste la derrota hubiera sido inminente debido a la inexperiencia militar del izquierdista de esos años. Además la insurrección iniciada por Abimael Guzmán y Sendero Luminoso les sirvió como espejo de aquello a lo que se hubieran visto obligados a hacer si hubieran dado cabida a la lucha armada en su accionar, que no en su discurso.
El otro referente, la revolución de Velasco Alvarado, dejó a los militantes de izquierda sin piso alguno: la necesidad de recuperar la dignidad nacional, pisoteada por el acuerdo de Belaúnde con la International Petroleum Company, la demanda por resolver las condiciones inhumanas en las que vivía el campesinado peruano y cambiar el modelo económico basado en la servidumbre feudal, fue radicalmente resuelto por la FFAA como recordaremos. La cinta hace referencia al papel que tuvieron en esta revolución los coroneles del ejército peruano, sensibilizados por su lucha contra los guerrilleros del MIR y conscientes de la injusticia contra la que estos se habían sublevado, fueron la materia gris que impulsó los cambios que habría de hacer el gobierno militar en el entramado social peruano. La manera de interactuar que tendría la izquierda con los militares será entonces de colaboración crítica, como el que efectuaría el PCP o de confrontación política, con la expectativa de conseguir no el derrocamiento del régimen sino la de obtener una mayor preponderancia inclusive a través del proceso electoral.
Algo inquietante que puede uno extraer de lo que nos dicen los militantes de izquierda de esa época que aparecen en la cinta es que, a pesar de su voluntarismo, que los llevaba a renegar de los beneficios económicos que podrían haber obtenido dada su condición profesional, su ideario ya había sido resuelto por sus enemigos políticos mientras que su referente comportamental, Uceda y el MIR, ya había expuesto cómo terminaría una acción de esta tesitura. Su mirada romántica de la revolución era expresión de una profunda inmadurez, los sentimientos no permiten un gobierno cabal. Maquiavelo no fue un autor de cabecera del izquierdista de los 70s.
Solos así ante ese panorama, podría quedarles la vertiente electoralista, la que supondría someterse a los lineamientos de un estado al que, no obstante, consideraban enemigo de clase. La derrota estaba prefigurada, pues el sectarismo nunca se resolvió. El egoísmo raigal, aquel que sólo permitía darle barniz de veracidad a la propuesta proveniente de su propio grupo, egoísmo que se negaba a apreciar los aspectos sexistas de una elaboración supuestamente revolucionaria pero que ignoraba a la mujer como actor social, fue entre otros aspectos el supuesto básico que configuró la anunciada derrota de la izquierda en el Perú, como la infame década de los 90s demostró que se dio ante otros sectores pequeño burgueses que no dudaron en ensuciarse las manos de sangre ni de dinero mal habido. Se conservó la pureza en los principios, se perdió el poder a manos de personajes de inefable catadura, Fujimori, Montesinos y Abimael Guzmán.
La película es un importante documental del que no puede escaparse de ver todo aquel que tuvo en los años 60, 70 u 80 su corazón ciertamente, a la izquierda.
Guillermo Ladd
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