"El año 1914 estaba envuelto en un aura que hacía que todo
aquel que la percibiera sintiera compasión por la humanidad"
Bárbara W. Tuchman, escritora norteamericana, autora de Los cañones de Agosto
Cómo hablar, en el centenario de su explosión, de un suceso que conmovió a la humanidad durante cuatro largos años, suceso que diera lugar -algunos historiadores concuerdan- al verdadero inicio del siglo XX. Cómo, cuando historiografía tan extensa sobre el tema no parece haber dejado piedra sin levantar ni biografía sin escrutar con el propósito de hacernos entender el cruel Armagedón que significó la Gran Guerra, la 1a Guerra Mundial de 1914, la que da el nombre a esta reciente novela de Jean Echenoz, "14". Publicada realmente a finales del 2012, la traducción de Javier Albiñana recién llega a nuestras costas bajo el auspicio de la casa editorial Anagrama, la cual ha venido publicando tanto otros títulos del mismo autor como además los de algunos otros escritores de la altura de P. Modiano o P. Michon que reflejan lo que es hoy el actual derrotero que la literatura francesa ha tomado.
Cómo, nos preguntábamos, escribir ahora sobre este tema cuando otros autores -historiadores ellos, como Max Hastings ("1914. El año de la catástrofe") o Margaret McMillan ("1914. De La Paz a la guerra")- nos han hecho llegar sendos, detallados recuentos de lo que esta guerra significó para la humanidad, sin repetir tópicos ya conocidos o sin generar apasionamientos en pro de alguna expresión del pacifismo. Pues, aunque en un ejercicio de historia ficción el conflicto que hizo estallar esta guerra pudo haberse resuelto de otras maneras -la mencionada McMillan lo sugiere en su libro- lo cierto es que así se resolvió, segando la vida de millones de seres humanos. Y ese sufrimiento es lo que tal vez los autores más modernos no nos permiten ver con claridad, puesto que quienes pelearon en esa guerra ya murieron, si recordamos entre otros a G. Apollinaire, G. Stuparich, W. March, EM Remarque, E. Köppen, quienes, actores y testigos presenciales de lo grandioso y aborrecible de esta guerra, nos dejaron sus testimonios para beneficio de la literatura. Abordar el tema sin haberlo experimentado, supondría un punto de vista diferente, uno que insistiera en el sufrimiento humano como hilo que conduzca la trama, colocándonos así en el lugar de quien viviera la experiencia. Es esto lo que pretende Echenoz y creo que lo hace con sapiencia y retórica precisa. Se propuso ofrecernos los horrores de la guerra en 90 páginas. No hubiera podido hacerlo así si pretendía hacer una novela histórica o si dejaba de repetir los tópicos usuales al respecto de la Gran Guerra, aunque alguno de ellos se haya deslizado en la novela en aras de exponer qué pensaba el ciudadano francés de aquellos años. Y es que la obra se nos presenta desde ese punto de vista, el del ciudadano francés de aquel tiempo. Un narrador omnisciente pinta el sufrimiento de las verdaderas víctimas de esta conflagración, los soldados que fueron enviados a morir, y lo hace sin la pretensión de darnos el menor juicio moral sobre lo que sufrían o sobre los responsables de la barbarie y lo hace a la usanza griega, con la huella de la racionalidad homérica, con la escueta elocuencia que un Tucídides habría empleado para describir una guerra con rigurosa imparcialidad.
Echenoz ha publicado 14 novelas y recibido una decena de premios literarios durante su carrera literaria, entre ellos el Médicis por su novela Cherokee, el Goncourt de 1999 por Me voy, el Aristeion y el Francois Mauirac de 2006 por Ravel. Si queremos entender su arte tendríamos que conocer su pensamiento al respecto, pues tal como expresara en una entrevista que le hiciera el diario argentino Clarín hace unos años, el autor no cree en la inspiración ni en la imaginación pura: "las novelas parten de cosas reales" nos dice, cosa que veremos en varias de sus obras previas -recordamos Ravel (2006) ó Correr (2008)-, en las que no desgrana el tema exclusivamente a partir de su imaginación: los sucesos que son materia prima de esta novela ocurrieron realmente, un familiar de su pareja actual dejó para la posteridad un diario de lo que le tocó vivir en aquellos años, y esta experiencia es la que el escritor se resolvió a narrar bajo la forma de una novela, bajo los nombres de otros personajes.
El relato de lo que experimenta Anthime, "de estatura mediana y rostro bastante corriente" como Echenoz describe al personaje principal, durante el proceso que va desde el presagio que resulta de una inusual ventolera en la Vendée y el toque a rebato de las campanas de su ciudad que anunciaban el reclutamiento, hasta su regreso de combate, lisiado por una herida brutal, se sucede en la voz serena del narrador que nos cuenta lo que ocurre, como un contable que nos hiciera el recuento de las frías transacciones de una firma cualquiera. Tal decisión narrativa nos la explica en un segmento de la novela, puesto que al respecto de esta guerra ya todo ha sido contado de modo tal que lo que convendría al que abordara nuevamente el tema sería el cariz que habría de darle a esta narración: “Todo esto se ha descrito mil veces, -nos dice- quizá no merece la pena detenerse de nuevo en esta sórdida y apestosa ópera. Además, quizá tampoco sea útil ni pertinente comparar la guerra con una ópera, y menos cuando no se es muy aficionado a la ópera, aunque la guerra, como ella, sea grandiosa, enfática, excesiva, llena de ingratas morosidades, como ella arme mucho ruido y con frecuencia, a la larga, resulte bastante fastidiosa.” (pp 54). El pasaje habla del tono que va a tomar a lo largo de toda la novela el relato de este narrador omnisciente. Incluso la pérdida que sufre Anthime de su brazo, arrancado de cuajo, se relata como si fuera un hecho más entre los mencionados, que linda con la intrascendencia: “Y así, parecía restablecerse el silencio cuando un casco de proyectil rezagado surgió, sin que se supiera cómo ni de dónde, breve como una posdata. Era un casco de hierro colado en forma de hacha pulida neolítica, ardiente, humeante, del tamaño de una mano, afilado como un grueso casco de vidrio. Como si se tratara de solventar un asunto personal y sin molestarse en mirar a los demás, surcó el aire directamente hacia Anthime, que estaba incorporándose y, sin mediar palabra, le seccionó limpiamente el brazo derecho, debajo mismo del hombro.” (pp 57).
La novela toca los infortunios no solo de Anthime, sino los de su hermano Charles, quien deja embarazada sin saberlo a Blanche, una muchacha burguesa de quien asimismo está prendado Anthime, y de la cual vemos también el sino que tanto ella como su familia burguesa van a sufrir con el paso de la guerra. De ellos y de tres de sus amigos, "compañeros de pesca y de café" de Anthime, el carnicero Padioleau, el matarife Bossis y el guarnicionero Arcenel también se contarán sus no deseados destinos. El mejor descrito, al cual Echenoz dedica varias páginas, el que llega a tener un impacto emocional gravitante en el lector, es el que refiere la manera absurda en la que la muerte le llega a Arcenel quien, creyéndose solo en medio de la guerra y no sabiendo cómo escapar de ella, consigue equívocamente salir de ella utilizando sin saberlo una tercera forma que no fuera resultando herido en combate, como Anthime, ni procurándose un balazo por mano propia. Se ve obligado a esto en vista de que como Echenoz refiere crudamente “... no se abandona una guerra así como así. No hay vuelta de hoja, está uno atrapado: el enemigo delante, las ratas y los piojos encima y detrás los gendarmes. La única solución es dejar de ser útil para el servicio, lo que esperamos por supuesto a falta de otra cosa, lo que terminamos deseando, es una buena herida, la que (caso de Anthime) garantiza liar el petate, pero el problema reside en que eso no depende de nosotros. Algunos han intentado administrarse por sí mismos la benéfica herida, sin llamar mucho la atención, disparándose una bala en la mano por ejemplo, pero por lo común han fracasado: los han descubierto, juzgado y fusilado por traición. Ser fusilado por los propios, mejor que asfixiado, carbonizado, despedazado por los gases, los lanzallamas o los proyectiles del enemigo, podía ser una opción. Pero también podía fusilarse uno mismo, dedo del pie pegado al gatillo y cañón en la boca, una manera de irse como cualquier otra, podía ser una segunda opción.” (pp 65-6). La descripción de la muerte de Arcenel es de lo mejor en la novela, la profunda compasión que sentimos por él es producto de la hermosa descripción de lo absurdo y de la irrelevancia de una vida durante una conflagración de las magnitudes que tuvo la Gran Guerra.
Los dos capítulos finales los emplea Echenoz para relatarnos la transformación de Anthime en zurdo a la fuerza, debido a la amputación sufrida, y el síndrome del "miembro fantasma" que desde ese momento en adelante ha de padecer, "sintiéndolo -al brazo perdido- insistente, vigilante, socarrón como una mala conciencia" (pp 83). Y las dos páginas finales revelan con sabia ironía la adherencia de Anthime a un credo político del que Echenoz nos expresa el obvio desencanto, que tanto el personaje como el autor tendrán en un futuro apenas previsto por esos años, cuando la Revolución de Octubre resultaba victoriosa, sólo sería cosa de esperar a que el comunismo realmente existente mostrara su real entraña: “Anthime pidió al taxista que detuviera un instante el automóvil, se apeó para acercarse al gran vestíbulo de la estación y se quedó un rato observando aquellos grupos. Algunos de ellos cantaban desentonando canciones sediciosas, entre las cuales Anthime reconoció «La Internacional»... Su rostro permaneció inexpresivo, todo el cuerpo inmóvil, mientras alzaba el puño derecho por solidaridad, pero nadie le vio hacer el gesto.”
Mas es en el párrafo final que Echenoz expresa toda su genialidad al resolver la novela con un final que ciertamente esperábamos puesto que garantiza la única solución optimista que podría permitírsele al personaje que ha sufrido todo, adaptándose, condición para lo cual Anthime, demostraría tener las suficientes aptitudes. El personaje resuelve el dilema con el que la vida lo había enfrentado, efectuando el único acto que podría haberse esperado de él, aquel que como lectores deseábamos sucediera en algún otro momento, pero que hasta esta página final pensábamos que resultaría imposible. Así, Echenoz nos lo entrega como si nada en particular ocurriera, como si la felicidad fuera un bien inútil, indeseable de alcanzar luego de tanto sufrimiento. Sea dicho desprejuiciadamente, cómo podría ser la dicha un bien a desear para los hombres de aquella época, si aquellos -como un pasaje premonitorio nos lo recuerda al comienzo de la novela- no fueron capaces de entender aquello en lo que se verían involucrados, al ignorar la vieja máxima bíblica "Aures habet, et non audiet", tienen oídos pero no escuchan, frase que nos recuerda "El 93" de Víctor Hugo, novela que tampoco Anthime logra leer, pues este libro que llevaba consigo el día que Francia se alista para la guerra, se le cae de la bicicleta en la que paseaba por el campo ignorante de la desgracia que sobrevendría. Pero aunque él hubiera tenido oídos, qué podría haber hecho? La guerra desbordaba todo lo que humanamente hubiera podido hacer un hombre aislado, recayendo la responsabilidad en quienes patrocinaron el conflicto, cuya presencia, aunque no los mencione explícitamente Echenoz, es una que desfila en medio de todas las atrocidades a las que acudimos .
Por otra parte, Echenoz, calificado de escritor minimalista por algún crítico, reniega de dicho adjetivo y nos ha dicho que prefiere actuar como un psicólogo conductista al escribir: no se adentra en la psicología del personaje a la manera de un Dostoievski o un Henry James, prefiere la descripción de la conducta al estilo de Dashiel Hammet, para que a partir de la descripción de las conductas y su relación con el mundo concreto uno pueda deducir el pensamiento íntimo del personaje. No cabe esperar, por tanto, sino la brevedad al pintar a los personajes, aunque ésta deviene en un elemento que define la particular relación que el escritor ha tenido con ellos en la actual como en sus obras previas. La parquedad se ve compensada con la precisión con que se describe el sino de los seres humanos: impotentes para evitar los resultados del destino, acudimos a éste y nos entregamos en sus brazos, sin mayor reclamo. La comentarista de Telerama, Nathalie Crom, ha escrito un comentario bastante apreciable al respecto de este tema que merece reproducirse: "Sin eludir la violencia ni el espanto, compone, por así decir, una partición entrecerrada y lacónica, todo salvo hiperbólica. La novela es fulgurante, precisa, grave; la guerra se convierte en una circunstancia crucial, perturbadora, para el destino anunciado de los individuos a los que ha decidido pegarse."
Tras lo dicho por Echenoz en esta novela, quedará algo más por decir de la Guerra que destrozó en sus manos el destino de millones de seres humanos? Más aún, podrá decirse algo más sobre sus horrores con tan depurada economía de medios?
Guillermo Ladd
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