Mudos testigos de su descenso al infierno quedan los cuadros y "murales" que haría incluso con chapas de cerveza en la mampostería de las paredes de los bares que frecuentaba entre 1959 y 1961. Algunos estudiosos han dado en llamar a esta etapa de su creación artística, su "etapa mística", pues su afiebrada creación consistía en imágenes cada vez más retorcidas y oscuras del Cristo de Luren y de insospechadas o no reconocibles Santa Rosas. Se me ocurre que su identificación con esas figuras que terminan su ciclo artístico tiene menos relación con lo divino que con su humanidad, a aquellas él va a desguazar de todo resabio divino hasta hacerlas irreconocibles. Tal vez su propio sufrimiento, sus ansias por terminar una existencia que encontraba baldía lo hacía reconocerse en la humanidad de Cristo, soportando la tortura de seguir vivo, sabiendo que su destino le auguraba una muerte inminente. Mientras que la ausencia del amor correspondido le daba a los rostros de la mujer que ve en Santa Rosa, la paulatina pérdida de sus características más venerables hasta convertirla casi en una máscara que no nos permite reconocerla.
Qué pasó con una carrera que parecía indetenible, con aquel que, alejado de las polémicas entre indigenistas y no indigenistas, prefirió seguir el camino propio, empleando su autodidactismo para ofrecernos una pintura que no tiene parangón en la plástica nacional. Sérvulo Gutiérrez es tal vez el único pintor peruano que nos permite entender cómo su quehacer artístico está entretejido con los avatares de su vida con tan diáfana claridad. Y sin embargo entender su arte ya no es posible sino recurriendo a catálogos de alto costo o a alguna crónica que incluya reproducciones suyas en alguna revista o diario. Nuestros museos no exponen con frecuencia lo que dió razón a su existencia, no existe ninguna exposición permanente de su obra, ni siquiera hoy, 20 de Febrero, en que se cumple el centenario de su nacimiento.
Cristo, 1960
Cristo, 1960
Restaurador y eximio falsificador del arte precolombino, mientras trabajaba con su hermano Alberto; boxeador en Buenos Aires hacia 1935, recala luego en la Francia de Vallejo a quien conoce antes de su muerte. Vuelve a América al iniciar la II Guerra Mundial decidiendo iniciarse en la pintura luego de algunos cursos libres con Emilio Petturoti en Argentina que lo definirán por el empleo de las formas figurativas en bodegones, paisajes y retratos de soberbios logros. Nunca adherirá al abstraccionismo aunque en algunos cuadros finales se perfile esta vertiente. Independiente hasta el fin argumentó contra los -ismos que agotaban a los intelectuales de la época, apostando por una pintura peruana, que sólo podría realizarse bajo ciertas condiciones: "Creeremos en la posibilidad de una pintura peruana el día en que haya un espíritu peruano, una personalidad peruana y buenos pintores peruanos. Pero no es pintando llamas o indios que se conseguirá pintura peruana: los franceses han hecho pintura francesa, los españoles pintura española, los flamencos pintura flamenca, pintando todos los mismos temas: el Cristo, la virgen, los Habsburgo, los borrachos, los campesinos o un ramo de flores" (1).
Sus años finales, empobrecido, aún ansioso por amar y ser amado, alejado de la única hija que dejó en Argentina, los sufre dedicándose a lo que muchos ven como un proceso de autodestrucción personal, lo que se evidencia claramente en sus Cristos de Luren. Elida Román, en un catálogo publicado en 1998 por Telefónica del Perú y el Museo de Arte de Lima, refiere al respecto: "Esos Cristos sirven para expresar no sólo la instancia religiosa o de devoción. Siempre se vuelven carnales, familiares, inmediatos. Somos nosotros. Es Sérvulo". Y más adelante: "La presencia de Cristo se volvió más frecuente y también más tenebrosa. Los rasgos se fueron ocultando -¿hundiendo?- tras sombras que avanzaban. Los retratos mostraron una ferocidad despiadada. Todos eran el mismo. En todos domina la línea rígida, dura...Más que una imploración, sus Cristos parecieran reflejar su propia insoportable angustia, su lacerante dolor, su frustración y esa desesperada manera de pedir afecto". Al respecto de sus Santarosas, Román también argumenta: "Su notoria ambigüedad, que las hace depositarias de muchas notas ajenas a la santidad. En algunas, los atributos son entre sutiles y confusos. Por momentos pareciera que todas las mujeres se resumen en estas Santas. Desde la madre hasta la amada, pasando por todos los roles posibles. paradigmáticas, a veces retratos reconocibles, otras pecadoras no disimuladas."
A continuación todos sus Cristos y Santa Rosas en orden cronológico para ilustrar este particular punto de vista:
Cristo, 1957
Cristo, 1959-1960
Cristo, 1959
Cristo, 1960
Cristo, 1960
Cristo, 1961
Cristo, 1961
Santa Rosa, 1955
Santa Rosa, 1958
Santa Rosa, 1961
Y ahora, a cien años de su nacimiento, ninguna memoria que recuerde por parte del estado peruano. No es de extrañar por tanto la avaricia conmemorativa, que sólo familiares del pintor se han animado a recordar. El estado peruano no concede a los peruanos ilustres ni siquiera el aprecio de una nota periodística. La cultura nunca estuvo más olvidada que en los tiempos de la gran transformación.
NOTAS:
(1) Entrevista en Nuestro Tiempo. Año 1, n 1. Lima, Enero de 1944, pp 2-3
(2) Élida Román: Sérvulo. Itinerario de una Imagen. Del libro Sérvulo Gutiérrez 1914-1961 (1998)
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