viernes, 7 de marzo de 2014

El francotirador paciente de Arturo Pérez-Reverte


Pérez-Reverte (PR) es todo un personaje. Excelente en su buen decir, tanto que lo ha hecho merecer su lugar en la Real Academia de la Lengua Española. Consciente de las miserias de nuestra cultura, las que expone sin esperanzas de proponer un cambio pues "en ese caso tendría que cobrar el doble por mis novelas". Laborioso en cuanto a la búsqueda de sus temas que le permiten actualizar su antiguo oficio de reportero de guerra, no ha de iniciar un nuevo proyecto sin estar lo suficientemente versado en el asunto, incluso a costas de exponerse a ciertos peligros como los que ha tenido que pasar para acopiar el suficiente material que le permitiera escribir El francotirador paciente, su última novela.

Hace algunas semanas ésta llegó a Lima, traída por la editora Alfaguara, y ha concitado interés luego de la aparición de alguna reseña sobre ella que, con algunas entrevistas aparecidas en periódicos españoles, nos permite tener un juicio adecuado de esta novela-tratado sobre street art, a la que le sobran algunas páginas si la vemos como tal o a la que le faltarían otras si esperaramos los resultados obtenidos en sus anteriores entregas, como coinciden algunos comentaristas que escriben en otras páginas de internet.

El título se refiere a Sniper, un grafitero transformado en "guerrillero urbano", lo cual no tiene connotación militar alguna, aclaremos, es la manera como el personaje se define para manifestar su oposición a lo establecido formalmente como arte, desde la versión que tiene del mismo el capitalismo vigente, aquel que con su salvajismo domesticado, reduce a grupos humanos enteros a la marginalidad y a la expresión por parte de estos de su encono por la condición que se les ha impuesto sin haberlo deseado, a la manera que ellos encuentran posible expresar.

Aunque, stricto sensu, la novela relata la búsqueda que del dicho Sniper, una scout, ese alguien encargado de localizar autores y libros interesantes, Alejandra Varela, ha de efectuar para encontrarlo, con el objeto de hacerle llegar el ofrecimiento de una casa editorial de publicar un catálogo completo de su obra callejera y promover una retrospectiva suya en los principales museos del orbe, el MoMa, el Tate Modern -una oferta no despreciable para quien se considere artista plástico, por cierto. La búsqueda nos trasladará por Madrid, Lisboa, Verona, Nápoles, el "territorio comanche" -empleando la jerga perezrevertiana- a conquistar por el graffitero en oposición a quienes dictan el canon sobre lo que es ornato citadino y a quienes autorizan el espacio público sobre el cual podrá o no hacerse arte. Las contradicciones que fuerzan estos opuestos, la ideología que subyace al "guerrillero urbano" por una parte, como la que expresan los representantes del circuito comercial del arte contemporáneo tanto como las autoridades municipales y policiales por otra, le dan el nervio necesario a la novela que solo decae cuando se pone didáctica, actitud que resulta un mal necesario en vista de que el street art no resulta una forma de expresión artística que sea fácilmente asequible en cuanto a sus códigos y a sus motivaciones.

Narrada en primera persona por Alejandra Varela, Lex, nos ofrece un relato bastante lineal de lo que ocurre en esa búsqueda. Lo llamativo es que al emplearse ésta técnica, la que habitualmente nos lleva a entender directamente lo que sucede desde la mirada del relator, que no del autor, en manos de PR adquiere otro giro: lo que discurre íntimamente en Lex nos es expresado sólo a través de indicios, de sugerencias o se nos oculta a través de algunas elipsis que tomando en cuenta el resultado final, se justifican en vista del sorprendente remate que da el autor al conflicto entre estos dos mundos en disputa y que, vale adelantar si nos reservamos el relato de lo que ocurre al final de la novela, se encuentra en manos de Lex. Así, las palabras que abren el discurrir suyo tienen su correcto significado cuando vemos el resultado final:

        "la palabra azar es equívoca, o inexacta. El Destino es un cazador paciente. Ciertas casualidades están escritas de antemano, como francotiradores agazapados con un ojo en el visor y un dedo en el gatillo, esperando el momento idóneo. Y aquél, sin duda, lo era. Uno de tantos falsos azares planeados por ese Destino retorcido, aficionado a las piruetas. O algo así. Una especie de dios caprichoso y despiadado, más bromista que otra cosa" (pp 12)

Lo mejor en la novela tal vez sea la descripción de estos dos personajes Lex y Sniper, la restante decena de marchantes se perfilan con poca intensidad, aunque quizás sea el entrañable fantasma que ronda por toda la novela, Lita, la mujer amada por Lex, definida en el par de magistrales pinceladas que el autor nos da de ella, quien justifica las razones por la que Lex actúa como lo hace al final de la trama.

Sniper suscita lealtades entre sus allegados, marginales que no encuentran otra cosa que de sentido a sus vidas que la adrenalina, "los treinta segundos sobre Tokyo", aquello que les permita la identidad negada por el sistema, al plasmar sus graffitis en el ajeno espacio citadino, plantando así su identidad mermada por el sistema a través de los tag con los que firman sus obras, pasajeras como una exhalación, pero suficientes como para justificar el peligro al que se exponen. Y las suscita porque Sniper no se ha "vendido" al sistema, porque permanece en el anonimato, respetuoso del código no escrito pero fielmente cumplido por los que forman parte de esta subcultura urbana, expresando así PR uno de los aspectos de esta contradicción con la cultura formal: mientras los valedores de ésta última tienen un código escrito que regula sus vidas al cual transgreden cuando encuentran la oportunidad, los graffiteros requieren de su propio código para poder sobrevivir y no lo transgreden expresando así una ética que hace de la necesidad, virtud. Este aspecto tal vez sea uno de los aciertos de la novela sobre el cual insiste PR a través de los personajes a quienes da voz y con los que indudablemente se identifica. Veremos así a algunos graffiteros que adquieren vida en la novela como Kevin García, Topo 75, las mellizas Sim y Nao, Zomo, Nicó Palombo, Flavio y los gobbetti de Montecalvario, personajes que habrían sido hechos bajo el modelo de algún graffitero real que PR ha conocido durante el acopio de información, y son los que nos dan pistas acerca de quien es el personaje de Sniper, y el porqué de sus lealtades hacia él.

También conoceremos a quienes han sido las víctimas inesperadas del accionar de Sniper y que buscan su venganza. Lorenzo Biscarrués, hombre rico y desconocedor del arte aunque poseedor de una fundación que exponía arte con propósito mercantil, de quien su hijo en una instalación graffitera que expresara su rechazo a la exposición que los hermanos Duchamp harían en la fundación de su padre, termina perdiendo la vida al pretender efectuarla. Su presencia, a través de sicarios contratados para acabar con Sniper, le dará un matiz de novela noir a esta obra y permitirá ver lo peligroso del juego de Sniper, quien vive en la clandestinidad.

Pero las características personales de Sniper resaltan mejor cuando se encuentran en contrapunto con las de Lex. La rigidez que expresa en su discurso ideológico, la que en el fondo demuestra su real entraña, la no adherencia moral con sus seguidores y con todo lo que significa la sociedad actual, sólo será posible apreciarla en la confrontación ideológica que tiene con Lex próximos a terminar la novela, así Sniper dirá: "Yo no busco denunciar las contradicciones de nuestro tiempo. Yo busco destruir nuestro tiempo" en un alarde de desvergonzado nihilismo. La exigencia de integridad que se impone, no es sino una máscara para su desprecio por lo humano: "¿Acaso crees que el terrorista ama a la Humanidad por la que dice luchar?...¿Que los mata para salvarlos?...No merecemos sobrevivir. Merecemos una bala en la cabeza, uno por uno" (pp 224). Y luego de esta autodefinición perfecta perfila su verdadera relación con quienes lo siguieron inclusive a expensas de sus vidas: "...tus muertos... Forman parte de la intervención. La convierten en algo serio. La autentifican...Yo no mato a nadie, cuidado. Yo sólo planteo el absurdo. Son otros los que, a su costa, rellenan la línea de puntos...Viven el ramalazo de sentir el peligro que llega. De ir allí donde saben que pueden morir. Dignos, responsables al fin...En cuanto a la compasión ¿porqué habría de tenerla? Lo único que hago es ayudar al Universo a probar sus reglas" (pp 224-225).

A pesar de ser una novela que podríamos considerar menor con respecto a otras de su factura (la saga de Alatriste no nos desmentirá), el problema humano, con la peculiar impronta que le da a éste el capitalismo europeo, siempre será expresado por PR vívida, rotundamente, aunque no nos plantee una respuesta al mismo. No está en la obligación de hacerlo. Ya bastante nos ofrece con cumplir el dictum  del gran Saramago que PR nos hace recordar en su novela: "La responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron", que Ensayo sobre la ceguera nos grita al oído y que PR, reconociendo que ha escuchado al viejo portugués, ha satisfecho en esta novela con creces, aunque literariamente nos haya dejado aún cierto hambre insatisfecho, recordando las alturas a las que llegara en sus anteriores novelas. Esperaremos las próximas, el talento creador de PR aún no termina por agotarse.

Guillermo Ladd






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